¿Y si?
[“Y”
y “Sí” son tres letras que en sí mismas no suponen ninguna amenaza. Pero si las
colocamos juntas, una al lado de la otra, podrían atormentarnos el resto de
nuestra vida. ¿Y si…?, ¿y si…?]
(Cartas a Julieta)
Hace
tiempo que por mi cabeza ronda la idea de escribir algo con fundamento acerca
de esta pregunta que en muchas ocasiones todos nos hemos hecho alguna vez. Esa
que, seguida de unos puntos suspensivos, y una mirada perdida al cielo, no
terminamos. Guardamos dentro aquello que no nos atrevemos a formular por…¿miedo? Puede
ser.
¿Y
si no sale bien? ¿Y si me equivoco?
Las
dudas nos paralizan. Atacan silenciosas, de forma inconsciente cuando dormimos.
Y de repente, si nos dicen algo, o escuchamos cierta canción, o leemos un texto…BOOM. La realidad que te rodea se desmorona. Y llega el
miedo, sin ser invitado, para sumarse a los contra que se posan sobre la
balanza de tus “y si”.
Esta
fatídica pregunta puede ser aplicada para muchos temas. Pero yo me voy a
centrar en las relaciones. Las relaciones… Algo tan simple como una conexión que se crea de la
nada, por una simple casualidad (o, si lo prefieres, por destino). No podemos
saber si se sucederá en el momento adecuado para ambos componentes, en este
caso, del binomio. Pero ocurre en cierto tiempo y espacio, con un fin que
muchas veces en sus inicios, no se sabe ni es comprendido. Suele entablar
correspondencia, pudiendo ser de parentesco, amistad, amorosas, de trabajo… En algunas no
siempre se recibe lo que se da, y muere la perfección que podía suponer ese
intercambio. A veces, por más que se intenta, esa relación se pierde. Otras,
con el tiempo se hacen más fuertes. Y no necesitan de halagos continuos para
endurecerse. Basta con querer ser y estar para tu conexión, para tu
amistad. Para lo que sea en que estés pensando.
El
“¿y si?” entraña duda. La duda implica un quizás,
lo cual considera posibilidad de que no sea seguro lo que se afirma. Y esta
inseguridad genera un sentimiento de desconfianza al saber que puede ser que
ocurra un hecho contrario a lo que se desea. Es decir, aparece el miedo.
Si
algo no depende de nosotros, peor aún. Se le achaca al tiempo el obtener una
respuesta para aquello de la que no lo disponemos. “Tiempo al tiempo”, te dicen como consejo para que no te agobies e
intentes sobrellevarlo. Pero el tiempo no nos devuelve aquello que hemos
perdido, ni a un familiar fallecido, ni a una amistad que se ha alejado, ni
mucho menos un amor que se dejó escapar. Dicen que lo que está para uno, a uno
regresa. Pero ¿qué pasa cuando nuestro destino nos toca en la puerta, y no
queremos (o no sabemos) recibirle? Las dudas, esos quizás que golpean la mente
acompañados de los ¿y si …?. Y el tren se aleja del andén, y tú sigues
replanteándote si subir, o no. Y si ….
No
soy partidaria de la presión y los agobios cuando de lo sentimental se trata.
Aunque si soy realista, es mejor armarse de valor y arriesgarse, que aunque la
marea esté baja, no por ello tienen que haber piedras en el fondo: puede haber
un magnífico arenal que amortigüe tu zambullida. Si bien no lo sabrás si no te
lanzas al agua.
Puedes
elegir mirar hacia otra parte, dejar que se te escape justo delante de tus
mismas narices aquello que siempre deseaste. O tal vez debas poner todo tu
empeño en combatir por ello, porque la otra parte no te lo va a poner fácil. Lo
más probable es que solo tengas esta ocasión, que no se vuelva a presentar… Y no debería
ser perdido ese escaso y volátil tiempo del que se dispone, porque mientras
tanto perderemos la razón de nuestro “y si”, creyendo que podemos dejar para
mañana esa situación que nos incomoda con un simple “ya iré viendo que es lo
que pasa”, sin atar los cabos que mantienen el navío en puerto; creyendo que la
solución a nuestra fatídica pregunta inconclusa y no formulada en alto llegará
caída del cielo, o en algún momento de revelación divina. Y no. Siento decirte
que no.
Que
no llegará esa respuesta clara y precisa que necesitas. Que si de verdad algo
te importa, aunque sea lo más mínimo, eres tú quien deba accionar el botón que
haga que todo se ponga en movimiento. Los cobardes me dirán que no depende de
ellos, que por mucho que hagan y digan, no servirá de nada porque lo que ellos
hagan no influenciará en el resultado. Y yo les digo que eso no es así, porque
cada pequeña acción que llevemos a cabo será decisiva para que ayude o no a
conseguir llegar a algún punto que nos
solucione en parte o por completo nuestro “teorema matemático”, reto complicado
o descifrar aquello que no entendemos (Nuestros ¿y si?).
Los
que tengan el coraje de intentarlo, de probar y arriesgar a ver qué ocurre,
esos tendrán posiblemente aquello que buscan. La respuesta a su pregunta. ¿Y si
me arriesgo y sale mal? Plantéatelo diferente. ¿Y si te arriesgas y…sale bien?
¿Vas a quedarte con la duda toda tu vida porque crees que algo que ocurrió en
el pasado se volverá a repetir?
Quizá tengas delante al amor de tu vida y lo estés perdiendo a cada minuto que
pasas sin arriesgarte a caminar. No hace falta que des un paso adelante: con
que camines a su lado, va bien. No tengas prisa, que ir despacio mientras se
llegue a un destino, aunque no se sepa cuándo se va a llegar, también es
válido. Lo importante es el viaje, y que el viajero quiera disfrutarlo. Admirar
el paisaje.
No
te prives de compartir tus inquietudes con quien te gusta. Que si, por ejemplo,
te apetece abrazarle en medio de una muchedumbre, aunque no sea lo normal en
ti, hazlo. No te quedes con las ganas. Lánzate de cabeza aunque creas que no
vas a saber flotar. Tal vez, y para tu sorpresa, te ayuden a mantenerte a
flote. Porque piensa que no solo tu tendrás dudas: la otra parte también tiene
sus particulares “y si”.
En
la mayoría de los casos, no estamos seguros de dar un paso al frente en lo que
a empezar una relación se refiere. Aunque todo marche genial, fantástico y
maravilloso. La inseguridad está ahí, y muchas veces no sabemos cómo responder
ante ella. Por el miedo. Y nos asalta a bocajarro, sin preguntar. “Qué pasaría
si…?”
Y nos quedamos callados, la pregunta en el aire. Empezar de nuevo supone asomarnos
a un abismo y mirar hacia abajo, y ver…oscuridad. Y esto, aterroriza.
Es
prácticamente utópico pretender que no se establecerán diferencias entre lo que
vivimos anteriormente y lo que tenemos en el presente. Pero lo cierto es que no
debemos comparar, aún así no podemos evitar fijarnos en pequeños detalles que
nos damos cuenta de que quien estuvo con nosotros anteriormente, no tenía. Y
quien ahora nos ocupa el puesto número uno del whatsapp, si. Quienes han
sufrido ventorales y tormentas en su(s) relación(es) pasada(s), se quedan
anonadados, impresionados, patidifusos…cuando alguien les trata bien, cuando se topan con
una mente más abierta de lo imaginado, cuando ven que alguien no pretende
apropiarse de ellos como si fuesen una posesión y lo que hace es darle alas
para que vuele un poco más. Cualquier tipo de detalle se percibe como no
merecido, muchas veces. Y es una pena inmensa, porque todos y cada uno de
nosotros merecemos poder disfrutar de una relación con alguien que nos quiere y
respeta nuestra libertad. Porque, como leí no hace mucho “si no, no es una
relación: es una condena”.
Cada
nueva relación es diferente. Puede ser porque con el paso del tiempo maduramos,
adquirimos experiencias… Aprendemos a ser capaces de ver las cosas desde
varios puntos de vista, lograr tener empatía y conseguir “que las discusiones
no sean discusiones, sino debates buscando soluciones”, con argumentos sólidos,
aclarando cada punto que pueda suponer un error de entendimiento, todo desde el
diálogo sincero y con respeto. Madurar a través de la experiencia es ese
momento en el que empezamos a asumir errores, porque no somos perfectos. Por
supuesto que en el intento de hacer las cosas bien, fallaremos y meteremos la
pata, haremos daño. Habrán problemas. Pero, ¿cuándo en cualquier tipo de
relación no los hay? Independientemente de que sea relación de pareja, amistad,
familiar…aceptar y reconocer el error propio hace que todo se
encauce, se encamine. Porque “cuando hay que hablar de dos siempre es mejor
empezar por uno mismo”.
En
una nueva relación, se quiere de manera diferente. Vas con pies de plomo,
despacio y con prudencia. Muchas veces, desconfiando. Aunque sea una manera de
protegernos, es un sentimiento que es mejor poco a poco ir haciendo
desaparecer, porque de lo contrario terminará por ahogarnos.
La
parte buena de todo esto es que una
nueva relación te aporta algo, y por eso merece la pena. En muchas ocasiones,
se tienen todas las papeletas para que las cosas salgan bien, y no somos
conscientes de ello. Y en el caso de que no sea así, de que por alguna razón
salga mal, quédate con haberlo intentado. Dile adiós a esos “y si” que no dejan
de rondarte la mente, esos que te impiden probar si algo funciona (o no), y no
te quedes con la duda. Porque a muchas cosas en esta vida hay que echarle
valor.
ATRÉVETE A INTENTARLO.
RaquelCDorta