Adictos al café

miércoles, 18 de marzo de 2015

Misterios-os.


Hay momentos en los que buceas en el fondo de una mirada y no esperas encontrarte un coral en sus pupilas. De repente, descubres un universo paralelo en ese iris, sin importar el color que lo vista.
Sabes que en el fondo, mucho más adentro de lo que solamente se aparenta ver, se esconde un misterio, la sima más profunda del océano.
Es entonces cuando una llamada, digamos instintiva, te empuja a lanzarte a esas frías aguas que no conoces; a sumergirte sin pensar en que no tienes ni puta idea de apnea. Pero te da exactamente igual. Es una atracción inesperada, impredecible. Podrías luchar contra ella, porque tu sentido común que te susurra “no es buena idea”. En cambio, algo que dicen que es lo que mueve nuestros impulsos, aquel cuyo cometido es mantener nuestra sangre en movimiento, bombea con cada latido “venga, hazlo”. Y, ¿quién gana? Obviamente el NO sentido común. La bomba.

Esto es lo que ocurre, o lo que pienso que sucede, cuando doy de bruces con un “hombre triste”. Son aquellos a los que “las mujeres que aman demasiado” creen que pueden salvar. Quizá sea un intento de salvarse también a sí mismas. Un puto círculo vicioso.
Es difícil explicar, o por lo menos lo es para mí en estos momentos, de dónde nace ese empuje hacia lo afligido. Puede ser que se relacione con el rol que he adoptado sin darme cuenta, y que por el que he dicho desde hace diez años lo que quiero ser. Quiero cuidar.
Eso no implica que deba cuidar a todo el mundo. Ni si quiera a los hombres tristes con los que me he cruzado, me cruzo y me cruzaré. Y es que por fin me he dado cuenta de que si primero no me cuido, no podré hacerlo con nadie más.

Quizá siempre, por inercia, me gustaron los casos perdidos. Es más, creo que tengo un cierto imán para ellos. Incluso aunque haya creado un escudo contra este tipo de cuestiones, en alguna ocasión reconozco que he bajado la guardia y he dejado pasar más allá del límite aquello que no quería que lo cruzase.

Actualmente, solo hay un caso que crea perdido al cual deje pasar. Tiene la puerta abierta de par en par. Pero lo que es diferente esta vez, es que yo no voy a cuidarle. Que entre y que salga si quiere, que yo sé lo que he de hacer y lo que no he de hacer. Simplemente me baso en el bienestar (por una vez) de mi misma. Ojo, no confundir con egoísmo. Que vuelvo a repetirme diciendo que para cuidar a otros, primero he de cuidarme yo.

Dijo la chica del pelo rosa que los casos perdidos son los más interesantes. Y yo le digo que quizá sea demasiado misterio. Porque hasta que no buceemos en ellos y nos demos cuenta de que nos falta el aire, cuando llegue el momento de ser conscientes de que la superficie está demasiado lejos como para que los pulmones aguanten, entonces ya será demasiado tarde. 



(escrito el 8 de febrero, 2015)

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