Adictos al café

domingo, 29 de marzo de 2015

"Nadie merece tanto"

Duele. Aquí adentro.
¿Por qué?
Porque de repente me doy cuenta
De que es cierto eso que dices
De que “nadie merece tanto”.
Lo que pasa, amigo mío, es que una vez
Dimos demasiado
Y llegados a este punto
Puede ser que ya no nos quede
Nada dentro
O si algo queda
Por poco que sea
Lo queramos nuestro

Y no para regalar.



Boomerang.

Siempre vuelves
Cuando ya menos te espero, apareces.
Y vuelta a empezar, un bucle sin final.
Quien se marcha sin ser echado
Vuelve sin ser llamado.

No hay más.


viernes, 27 de marzo de 2015

PD.

Tenía que escribirlo. Tenía que escribirte. Sí, a tí que has dudado si acaso alguna vez cosas que plasmé por aquí iban por ti. A ti, que dejas cartelitos amarillos por mi vida, que me alegran el día, que me dibujan sonrisa, y los ojitos que brillan por la ilusión de esos Pequeños Detalles que tantísimo me encantanA ti, GRACIAS. 


miércoles, 25 de marzo de 2015

"El olor de las flores del jardín que nunca tuve."

   Paseando aquella mañana, encontró de casualidad un puesto de flores. Uno de esos que se mueven, ambulante: que nunca encuentras dos veces en el mismo sitio. Y con pétalos de mil colores, olores. 
Sonríe triste. Le encantan. Cortadas o sin cortar, aunque las prefiere de la segunda forma. Porque duran más. 

Mientras acaricia distraída una de las margaritas violeta, se acuerda que ya llega Abril. Y con ese mes, ese día. Y con ese día, un te echo de menos. Un ramo de flores y una vela encendida. Aunque su ángel siempre prefirió las flores en vida, según le contó mamá una vez.



Se aleja del puesto, sin volver la vista. La brisa le revuelve los rizos rubios. Mira al cielo y lanza un beso. Le cuenta en secreto quién una hora antes le decía que hubieron tiempos en los que en un jarrón ponía flores frescas casi a diario. Y no sabe por qué, cree que a su ángel le caería bien. 

Escalofrío. Pero el sol le acaricia la piel. 

Y de repente le vuelve el olor de las flores, de aquellas del jardín que nunca tuvo.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Misterios-os.


Hay momentos en los que buceas en el fondo de una mirada y no esperas encontrarte un coral en sus pupilas. De repente, descubres un universo paralelo en ese iris, sin importar el color que lo vista.
Sabes que en el fondo, mucho más adentro de lo que solamente se aparenta ver, se esconde un misterio, la sima más profunda del océano.
Es entonces cuando una llamada, digamos instintiva, te empuja a lanzarte a esas frías aguas que no conoces; a sumergirte sin pensar en que no tienes ni puta idea de apnea. Pero te da exactamente igual. Es una atracción inesperada, impredecible. Podrías luchar contra ella, porque tu sentido común que te susurra “no es buena idea”. En cambio, algo que dicen que es lo que mueve nuestros impulsos, aquel cuyo cometido es mantener nuestra sangre en movimiento, bombea con cada latido “venga, hazlo”. Y, ¿quién gana? Obviamente el NO sentido común. La bomba.

Esto es lo que ocurre, o lo que pienso que sucede, cuando doy de bruces con un “hombre triste”. Son aquellos a los que “las mujeres que aman demasiado” creen que pueden salvar. Quizá sea un intento de salvarse también a sí mismas. Un puto círculo vicioso.
Es difícil explicar, o por lo menos lo es para mí en estos momentos, de dónde nace ese empuje hacia lo afligido. Puede ser que se relacione con el rol que he adoptado sin darme cuenta, y que por el que he dicho desde hace diez años lo que quiero ser. Quiero cuidar.
Eso no implica que deba cuidar a todo el mundo. Ni si quiera a los hombres tristes con los que me he cruzado, me cruzo y me cruzaré. Y es que por fin me he dado cuenta de que si primero no me cuido, no podré hacerlo con nadie más.

Quizá siempre, por inercia, me gustaron los casos perdidos. Es más, creo que tengo un cierto imán para ellos. Incluso aunque haya creado un escudo contra este tipo de cuestiones, en alguna ocasión reconozco que he bajado la guardia y he dejado pasar más allá del límite aquello que no quería que lo cruzase.

Actualmente, solo hay un caso que crea perdido al cual deje pasar. Tiene la puerta abierta de par en par. Pero lo que es diferente esta vez, es que yo no voy a cuidarle. Que entre y que salga si quiere, que yo sé lo que he de hacer y lo que no he de hacer. Simplemente me baso en el bienestar (por una vez) de mi misma. Ojo, no confundir con egoísmo. Que vuelvo a repetirme diciendo que para cuidar a otros, primero he de cuidarme yo.

Dijo la chica del pelo rosa que los casos perdidos son los más interesantes. Y yo le digo que quizá sea demasiado misterio. Porque hasta que no buceemos en ellos y nos demos cuenta de que nos falta el aire, cuando llegue el momento de ser conscientes de que la superficie está demasiado lejos como para que los pulmones aguanten, entonces ya será demasiado tarde. 



(escrito el 8 de febrero, 2015)

sábado, 14 de marzo de 2015

La una y veinte de la madrugada.

- Que no me mires así. 
+ Bueno, ¿en qué quedamos?
- No me mires; bueno, sí...


Quedó en mi mente marcada la hora en la que anoche sonó aquella canción, quizá tan grabada a fuego por el brillo de tu mirada cuando identificaste la letra. Una media sonrisa se dibujó en tus labios, y yo suspiré. "Esta es tu canción, ya", te dije. 


3.

Cierro los ojos y evoco la sensación. Siento ese momento, como me volvieses a tocar con la yema de tus dedos, tan suave como si acariciases a las cuerdas de tu guitarra. Es entonces cuando suena el arpegio de mis gemidos, afinados. 

Sabes tan bien como yo ese momento en el que estás con tu instrumento y te dejas llevar, cerrando los ojos y viviendo lo que tocas, que fluya desde tu alma hasta tus manos para que se transforme en música. Así fue, porque hicimos música.