Hay
momentos en los que buceas en el fondo de una mirada y no esperas encontrarte
un coral en sus pupilas. De repente, descubres un universo paralelo en ese
iris, sin importar el color que lo vista.
Sabes
que en el fondo, mucho más adentro de lo que solamente se aparenta ver, se
esconde un misterio, la sima más profunda del océano.
Es
entonces cuando una llamada, digamos instintiva, te empuja a lanzarte a esas
frías aguas que no conoces; a sumergirte sin pensar en que no tienes ni puta
idea de apnea. Pero te da exactamente igual. Es una atracción inesperada,
impredecible. Podrías luchar contra ella, porque tu sentido común que te
susurra “no es buena idea”. En cambio, algo que dicen que es lo que mueve
nuestros impulsos, aquel cuyo cometido es mantener nuestra sangre en
movimiento, bombea con cada latido “venga, hazlo”. Y, ¿quién gana? Obviamente
el NO sentido común. La bomba.
Esto
es lo que ocurre, o lo que pienso que sucede, cuando doy de bruces con un
“hombre triste”. Son aquellos a los que “las mujeres que aman demasiado” creen
que pueden salvar. Quizá sea un intento de salvarse también a sí mismas. Un
puto círculo vicioso.
Es
difícil explicar, o por lo menos lo es para mí en estos momentos, de dónde nace
ese empuje hacia lo afligido. Puede ser que se relacione con el rol que he
adoptado sin darme cuenta, y que por el que he dicho desde hace diez años lo
que quiero ser. Quiero cuidar.
Eso
no implica que deba cuidar a todo el mundo. Ni si quiera a los hombres tristes
con los que me he cruzado, me cruzo y me cruzaré. Y es que por fin me he dado
cuenta de que si primero no me cuido, no podré hacerlo con nadie más.
Quizá
siempre, por inercia, me gustaron los casos perdidos. Es más, creo que tengo un
cierto imán para ellos. Incluso aunque haya creado un escudo contra este tipo
de cuestiones, en alguna ocasión reconozco que he bajado la guardia y he dejado
pasar más allá del límite aquello que no quería que lo cruzase.
Actualmente,
solo hay un caso que crea perdido al cual deje pasar. Tiene la puerta abierta
de par en par. Pero lo que es diferente esta vez, es que yo no voy a cuidarle.
Que entre y que salga si quiere, que yo sé lo que he de hacer y lo que no he de
hacer. Simplemente me baso en el bienestar (por una vez) de mi misma. Ojo, no
confundir con egoísmo. Que vuelvo a repetirme diciendo que para cuidar a otros,
primero he de cuidarme yo.
Dijo
la chica del pelo rosa que los casos perdidos son los más interesantes. Y yo le
digo que quizá sea demasiado misterio. Porque hasta que no buceemos en ellos y
nos demos cuenta de que nos falta el aire, cuando llegue el momento de ser
conscientes de que la superficie está demasiado lejos como para que los
pulmones aguanten, entonces ya será demasiado tarde.
(escrito el 8 de febrero, 2015)